lunes, 22 de marzo de 2010

Claves para entender el Planetario de Buenos Aires



Planetario Galileo Galilei de la ciudad de Buenos Aires, obra del arquitecto Enrique Jan

Lo siguiente es parte de algunas de las charlas que tuve con mi padre a partir de la adolescencia en donde cada tanto regresábamos a ciertos aspectos trascendentes de la vida, más allá de la relación tortuosa que en muchas ocasiones nos enfrentó y que pudimos resolver como adultos cuando en su lecho de muerte, allanando las diferencias recuperamos el sentido trascendente del momento en que padre e hijo se comprenden y perdonan.

Para papá el planetario y su concepción fueron una combinación de un proceso interno propio, de síntesis, y la sensación de estar participando como brazo ejecutor de una fuerza expresiva que trascendía su persona. Una revista bimensual, Planeta, que allá por 1964 aproximadamente había empezado a publicarse tuvo gran influencia en la ampliación de sus horizontes cognitivos y en la forma de ver las cosas que le rodeaban. Coincidió esta época con cierto interés por lo oriental, especialmente la capacidad sintética de su arte y de su idioma escrito, los ideogramas. “La información está ahí, para el que sabe interpretarla”.

El planetario es un “ideograma” arquitectónico:

El visitante que llega se aproxima al edificio por una calzada construida con triángulos que hace la vez de puente entre el afuera y el adentro del edificio, entre su espacio exotérico y esotérico, ahi tiene la clave.
El triángulo es el primer poliedro, es la primera forma geométrica elemental capaz de encerrar un contenido en dos dimensiones, dos líneas no bastan para contener, tan solo delimintan, una tercera línea define una frontera entre un dentro y un fuera. Asi en el plano de dos dimensiones de la calzada el concepto se presenta al transeunte.
Al cruzar el puente el tríangulo, como elemento constructivo, salta del plano al espacio tridimencional formando dos tetraedros invertidos, uno apoya su base en la tierra y eleva su cúspide al cielo y el otro baja del cielo hacia la tierra interpenetrandose.
La dialéctica de oposición complementaria se rompe cuando “uno” y “uno” no son dos sino tres, ahi comienza la creación, de la relación dinámica entre dos surge el tres, dos lineas paralelas no se intersectan, y la repetición de este mecanismo no construye, separa, en cambio cuando dos lineas se intersectan la repetición del proceso crea el triángulo y ya comienza a surgir la evolución en la estructura que se perfila.
De la misma forma que la capacidad de “contener” surge en dos dimensiones con la operación de intersección de 3 líneas elementales, en 3 dimensiones utilizando 4 triángulos elementales vuelve a surgir la capacidad de contención: el tetraedro, que además es la imágen qúimica de la molécula de carbono, elemento sobre el que se construye la química de “lo vivo”, lo que evoluciona.

El objetivo del edificio era albergar en su interior al “planetario” propiamente dicho, este es un instrumento que proyecta sobre una bóveda semiesférica un cielo virtual, y permite simular el avance o el retroceso del tiempo para llevar la representación de la bóveda celeste al momento escogido. Retomando el “ideograma” arquitectónico veremos:

La naturaleza del tiempo es circular, se percibe en los cambios de estaciones que siempre regresan, en los ciclos de nacimiento, duración y muerte de lo vivo, y la percepción del tiempo se haya asociada a un aspecto más elevado que nos permite ver en extensión y luego de hacer un recorrido circular volver a reconocer los mismos lugares, a pesar del trayecto recorrido, esto marca los años, los siglos, los eones, como volvemos año tras año al límite arbitrario del 31 de diciembre en el que un año es viejo y el que sigue es año nuevo. La galeria circular que rodea al planetario y que está sobreelevada busca transmitir esta idea.
El ser humano, como cúspide de la evolución conocida esta también ahí: el eje central del planetario, es un ascensor hidráulico que une y conecta lo mas profundo con lo mas elevado, al igual que la columna vertebral del ser humano une el sacro (un hueso triangular curiosamente llamado “sagrado”) y la bóveda craneal, en cuyo interior tienen lugar las representaciones virtuales del mundo perceptivo que nos rodea.

Papá me contó que una vez lo contactaron unos mazones intrigados sobre si pertenecía a alguna de sus corrientes ya que ellos habían llegado a percibir una parte de esta simbología en el edificio. Papá no era mazón, simplemente creía que un edificio público que tenía una función debía expresar a quien supiera leerlo las ideas que había detrás de la función que cumpliría: Percepción de la evolución de la vida y de los conocimientos a traves de representaciones virtuales mediante símbolos alegóricos o elementos con los que operar (lenguaje, figuras geométricas, el propio planetario, etc.)


Damian Jan