lunes, 1 de abril de 2013

In Memoriam


El recuerdo es un fuelle que aviva el fuego de las emociones retenidas, la inevitable lágrima es la escencia destilada del dolor de ausencia y la nostalgia se instala anidando en el corazón entre suspiro y suspiro. El tiempo, ilusión vana, se nos impone rotundamente en hechos que evidencian nuestra fragilidad, robándonos lo que queremos, congelando en la memoria instantes de un pasado compartido, momentos de sonrisas y miradas. Todo queda allí, detenido..., en un recóndito lugar inaccesible, como llave de un hogar al que nunca tornaremos... y sin embargo, a pesar de todo, hay algo vivo en ello, como la alquimia que transforma a un buen vino con los años aún estando cautivo en la botella, del mismo modo todo: errores, rencores, ofensas o heridas se decantan, precipitan y se pierden hasta el fondo en el olvido quedando ese elixir de amor, ternura, cariño y soledad que al evocar nos embriaga y nos tortura.

miércoles, 23 de enero de 2013

La femme du coin


- Ponme otro Napoleón y escúchame por favor, no sé porque te quiero contar esto, pero preciso hacerlo.

Jean Pierre se apresuró a volver a llenarme la copa y me pidió paciencia mientras atendía a otros tertulianos que ya estaban apresurando el trago antes de abandonar el bar.

Todo comenzó hace ya 9 meses, dije yo, entonces estaba yendo a la academia comercial de Boulogne donde conocí a Marguerite, guapísima y muy despierta, solíamos a la salida hacer juntos unas calles antes de separarnos y compartíamos opiniones muy diversas, por otro lado a Marie, a quien me entretenía cortejando desde hacía un tiempo, la había conocido en un cine club donde tras las proyecciones se hacían debates intelectuales y discusiones que se extendían hasta largas horas de la noche. Recuerdo que Marie me regaló un libro sobre una película de Chabrol alabando el tratamiento que hacía de su obra; yo apenas hojee el libro al llegar a mi cuarto en la pensión en la que vivía y ahí lo dejé junto a la mesa de noche.
Chabrol es un tanto pesado y rebuscado, dijo Jean Pierre.
no estoy de acuerdo, La Rupture es una obra maestra, muestra los vericuetos de la lucha del poder en una pareja que se rompe, y justamente un comentario sobre esa película fue el desencadenante de lo que luego sucedió.
Se retiró el último cliente del bar y Jean Pierre bajó la persiana, apagó las luces de la sala y sólo dejó encendidas la de la barra, se sirvió él otro vaso de cognac, completó mi copa y se sentó junto a mi como colega postergando sus tareas de encargado.
- Veníamos Marguerite y yo caminando y hablando de cine y al llegar a la esquina de la rue Michaud, donde está ese escaparate con el maniquí, ese que no tiene extremidades y que siempre visten de acuerdo a la moda de temporada, y que además es el único vestido y maniquí del escaparate, sabes de cual te hablo?
Si, ya se, es una tienda de una modista que hace trajes por encargo si...
yo llamo a ese maniqui “la femme du coin”, me gusta pasar por ahí e imaginar los vestidos que van cambiando en diferentes mujeres; pero bueno volviendo al tema, llegabamos a esa esquina y justo Marguerite me estaba comentando que le fascinaba Chabrol y sus cuadernos de cine, yo le comento que La Ruptura fue su mejor película hasta el momento y en ese instante, al doblar la esquina nos topamos con Marie que habiéndome oido suelta: “Que bien veo que has leido el libro que te regale” mientras echa una mirada inquisidora contra Marguerite y a mi me mira como diciendo “no nos vas a presentar?”.
Ya veo que sigues metiéndote en líos de faldas, ja ja – comentó Jean Pierre
Hábil como soy me dije aquí hay que trebuchar para evitar la tormenta y en un veloz golpe de timón eché mi brazo a su cintura e hice otro tanto a Marguerite y acercándolas las presenté como mis dos ángeles de la guarda. Rieron mi gracia, pero acechándose entre ellas como si fueran dos machos enfrentando sus cornamentas. Nos fuimos entonces los tres a un bar por ahí cerca a tomar un café y charlar.
Bien te podrías haber venido aquí con ellas y así de paso ya también las hubiera hecho amigas mías.
Préstame atención que esto va en serio. Si bien notaba que había entre ellas cierta tensión y recelo yo me hacía el tonto y fui navegando para llevar aquella relación a buen puerto. Marie tenía las llaves de un apartamento de un tío que se había ido a América a buscarse la vida y le había dejado el encargo de regarle los geranios de las macetas de las ventanas. Ese pasó a ser nuestro lugar de encuentro semanal en donde habíamos convenido coincidir los tres con el cometido de llevar cada uno un artículo, un trozo de un libro, o cualquier cosa que en la semana nos hubiera movilizado. Las primeras veces acompañabamos nuestros divagues con té o café, y cada cual en un sillón del pequeño salón, luego nos instalamos los tres en el sillón amplio que quedaba frente a la ventana desde la que se veían los tejados de Paris y por la que se ponía el sol, momento en el que nuestras reuniones llegaban a su fin.
Llegaban a su fin? O cambiaban a otras actividades...
espera epera, no me apresures...Llegaban a su fin, pero a la tercera semana ya se acomodaba una a cada lado mio, apoyaban sus cabezas sobre mi pecho y querían que fuera yo el que leyera, o les contara cualquier cosa y ellas se acurrucaban, cada una a un lado, como dos gatas ensoñadoras; por momentos detenía mi lectura o mi relato pensando que estaban dormidas, entonces una levantaba su cabeza y me miraba como suspendiendo su ronroneo y molesta por mi interrupción y la otra me daba pequeños golpecitos en la pierna como exigiéndome que continuara con el relato. Yo me sentía un rey con mis dos huríes, parecían gozar con mi voz y mis cuentos y a veces se aventuraban a hacerme mimos secretos suponiendo cada una que la otra no se enteraba. Del té pasamos al oporto, luego a diferentes, vinos, tabaco, absenta; cada reunión era un espacio mágico para disfrutar de algo nuevo. Por otro lado fuera de ese encuentro semanal yo tenía encuentros furtivos con cada una de ellas haciéndolas sentir cómo que eran únicas, pero debo reconocer que el placer sexual que experimentaba en esos momentos no llegaba a superar el placer sensual que me causaba ese momento mágico compartido por los tres. Esperaba esos jueves que habíamos pactados en el piso del tío de Marie como oro en paño, mi corazón latía cuando se acercaba el día y me apresuraba ansioso a llegar a ese sofá donde mis dos ángeles de la guarda se acomodaban a mi lado acurrucados a oirme hablar de química, astronomía, Rimbeau, Verlaine, o lo que fuera, mientras hablaba sentía que mi voz las acariciaba y en mi imaginación recordaba la seda de sus cuellos recorridos por mis labios, la temperatura tibia de sus espaldas y el fresco de sus muslos blancos y firmes y ellas parecían encenderse también, pero ninguno se atrevía a desencadenar aquella tormenta de pasión que iba creciendo.

Jean Pierre volvió a llenarme la copa y me miraba atentamente como escudriñando el desenlace, o quizás a esa altura pensaba que estar así con dos mujeres era antesala de masturbación y frustración, pero no se atrevía a abrir la boca, yo me sumía en relatar mis recuerdos y creo que hasta perdí la noción de su presencia. Continué entonces con mi relato:
así pasamos 7 meses que han sido los mejores meses de mi vida, yo seguía visitando el escaparate de “la femme du coin” y fantaseaba con imaginarme esos vestidos en los cuerpos de Marie y Marguerite, el trío no consumado me consumía y mis encuentros individuales con ellas se volvían cada vez mas pasionales y desenfrenados, aquello era orgiástico. Un día Marie me pidió que nos encontráramos el sábado en el piso de La Croix Nivert, que era importante, noté un cambio en ella, un no se qué, una advertencia, como un presagio de tormenta en medio de un día claro y despejado, una cierta inquietud me estremeció y ella al notarlo me dijo que lo ibamos a pasar muy bien, eso me relajó y pensé que se trataba de explorar alguna nueva postura o juguete sexual que habría adquirido, pero no me soltó ninguna información a pesar de mi insistencia. El sábado me presenté a la hora acordada y me abrireron la puerta Marie y Marguerite, envueltas en delicadadas sedas de colores, habían puesto velas decorando el salón y unos incienzos ardían perfumando el ambiente con olor a rosas y sándalo. Las dos me tomaron por los brazos luego de besarme cariñosamente y me condujeron a nuestro sofá donde me instalaron cómodamente, me retiraron los zapatos como si fueran esclavas orientales adorando a su Pachá, yo hice gesto de aflojarme el cinturón ya convencido de que al fin el sueño de ese trío anhelado llegaría a concretarse, pero sin hablar, me hicieron un gesto de “No..., espera”, dejé entonces que todo se desenvolviera como lo habían planeado. Pusieron música, me sirvieron un vaso de champagne bien fresco y comenzaron a improvisar una danza de los siete velos entre ellas dos, buscándose, mostrando y ocultando su desnudez, poco a poco se fundieron en caricias, besos, masajes, contorsiones, como voyeur participe de la entrega sexual más hermosa entre esas dos maravillosas criaturas, el placer que se brindaron no llegaba ni a los talones de lo que yo había experimentado con ellas, presencié cómo es posible fundirse y separarse en contorsiones inimaginables, jadeando, estirándose, contrayéndose, aunque yo mismo estaba al borde de la eyaculación no me atrevía a moverme porque tras un par de intentos de sumarme a esa espectacular explosión de los sentidos, ellas se detenían en seco y con la mano me hacian las dos un gesto como que sólo podía estar como voyeur. A esa tormenta le siguió una calma de caricias, tiernos besos y miradas, luego se miraron como cómplices y se me acercaron y recién en ese momento Marguerite tomó la palabra y me dijo:
Recuerdas lo que nos contaste hace unos meses sobre los catalizadores químicos, eso de que son sustancias que provocan recciones químicas, pero que no participan en los resultados de las reacciones, eso has sido tu en nuestra relación, de alguna manera esta tensión creciente que sentíamos los tres, pero que ninguno confesaba se decantó como una pasión incontrolable entre nosotras, cada una sospechaba que no era la única en acostarse contigo, pero no nos atrevíamos a romper la magia de los jueves, finalmente, Marie tomó la iniciativa y me llamó, quedamos para hablar y el fuego nos consumió practicamente sin hablar. Marie entonces tomó la palabra:
Si, tu nos enseñaste tantas cosas, nos hiciste descubrir mil horizontes nuevos y creíamos que sólo tú eras la llama que nos consumía, cuando en realidad nos dimos cuenta que lo que hiciste fue encender la nuestra y descubrirnos a nosotras mismas, el ángel de la guarda has sido tu, no nosotras. Hemos decidido irnos a un Kibutz a Israel, queremos iniciar una nueva vida lejos de todo esto y seguir alimentando este deseo de ir más allá, buscando llevar a fondo esta pasión que has visto, queríamos que la vieras porque así la entenderías, las palabras sobran y estoy seguro que lo entenderás.

Nos abrazamos los tres y partí, confuso, alegre, dolido, triste, furioso, no sabía como encajar la situación, la cabeza y el corazón me estallaban, deambulé todo el día hasta quedar exausto. En la noche caí vestido sobre mi cama y quedé dormido el resto del fin de semana. Los días que siguieron fueron una tortura, un desaliento, había encendido sus llamas y apagado la mía, me odiaba y al mismo tiempo estaba feliz con lo que les había pasado, pero no lograba serenarme. Sabía que Hamed, el turco de la vuelta de la rue Michaud, tenía montado un fumadero de opio en los sótanos de su tienda. Ahí me sumergí una vez, dos veces, y al cabo del mes el opio reemplazó nuestros jueves de magia y placer, me convertí en la sombra del ser que fui, rehuía a todo conocido hasta que una tarde, en el fumadero, estando yo tumbado en mi camilla y en medio de mi delirio, vi que Hamed bajaba al sotano y tiraba entre un monton de trastos viejos, a “la femme du coin”, si!!!, al maniquí ese que yo visitaba de tiempo en tiempo, casi como un rito. Entonces la vi ahi, desnuda, el maniquí, desprovisto de vestidos, sin brazos, piernas ni cabeza, solo un conjunto sugerente de curvas femeninas, nada más, tan vacío como mi alma en ese instante, ese chispazo, ese pensamiento desencadenó una alucinación donde se combinaban la semejanza entre el abandono al que habíamos sido sometido, yo y el maniquí, los vestidos que habían pasado por él y las mujeres que habían pasado por mí, como un torbellino las imágenes del piso de la Croix Nivert y los vestidos de la femme du coin me arrastraban a un estado de locura y de repente, todo se detuvo, una luz surgió de mi interior, una claridad rayana me devolvió a la cordura, un chispazo de clarividencia me hizo ver que la esencia femenina estaba en mi, que todo aquello había sido una forma de vivirlo en el afuera, ese instante pareció un siglo, todo se detuvo como suspendido en el aire, salí a caminar, el aire volvió a parecerme fresco y lleno de vida, vengo vagando hace ya un par de horas y sin darme cuenta he llegado hasta aquí y al verte supe que tenía que contarte todo esto.

Diciendo esto la borrachera terminó de completar su camino y estuve a punto de caer al piso si Jean Pierre no me atrapa. Me sujetó pasando uno de mis brazos sobre sus hombros y como pudo me llevó hasta la trastienda, me acostó sobre su lecho quitándome los zapatos, pasó su mano sobre mi cabeza acariciandome con ternura y por primera vez en mi vida me sentí querido y protegido, caí profundamente dormido sabiendo que al despertar una nueva vida nacería en mi.